Si hay una época en que está permitido desear y soñar contra viento y marea es ésta, cuando se está por estrenar un nuevo año. Y se puede soñar a lo grande, sin censura, sin restricciones, insensatamente, irracionalmente. Me reservo los personales, y paso a enumerar lo que deseo para mi país. Quien lea esto me tildará muy justamente de ingenua, de inmadura, pero aclaré que me doy permiso –sólo por hoy- para imaginar utopías. Deseo un país en el que todos tengan vivienda digna, trabajo, comida, salud, educación, todas las necesidades básicas cubiertas. Deseo un país en el que se vele por los derechos de los niños y de los ancianos. Deseo que no haya chiquitos pidiendo limosna ni gente vivienda en la calle. Deseo que la escuela pública vuelva a ser lo que fue en mi infancia. Deseo que los políticos y funcionarios tengan sensibilidad, caminen por las calles, viajen en tren, subte, colectivo, y se ocupen de los problemas cotidianos de la gente, a quienes deben servir. Deseo que esos políticos y funcionarios se atiendan en hospitales públicos y manden a sus hijos a escuelas y universidades públicas. Deseo que el machismo patriarcal que caracterizó a nuestra sociedad por siglos deje paso a la igualdad de oportunidades para todos los géneros. Deseo que no exista más el femicidio nuestro de cada día. Deseo que en las cárceles se recupere y reeduque a los delincuentes. Deseo que  la Justicia funcione no sólo para ricos y poderosos. Deseo que todos respetemos las leyes. Deseo que seamos cordiales, solidarios, que nos tratemos bien, que nos escuchemos, que nos toleremos, a pesar de nuestras diferencias. Deseo que los gobiernos apuesten a la ciencia y a la investigación, sin las cuales no hay futuro posible.

Ya lo sé. Es mucho pedir, ¿no? Pero para achicarse hay tiempo.

Publicado en Clarín