por Irene Bianchi
De las múltiples figuras mediáticas surgidas en los últimos tiempos, sin lugar a dudas Lizy Tagliani es una de las más simpáticas y queribles. Dueña de un desparpajo y un desenfado poco habituales, la peluquera devenida en bailarina y actriz, hace un culto de reírse de si misma, tomándose como blanco preferido de sus bromas y cargadas. Juega con su condición de “chica trans” sin pudor ni tapujos, logrando así una empatía inmediata con su público. Lizy no disimula, no oculta, no caretea, no pretende ser lo que no es. Es una “rara avis” en la feria de vanidades del mundillo del espectáculo, y cae bien precisamente por esa espontaneidad, frescura y honestidad brutal, tan opuesta a la hipocresía de tantas “figuras”.
 En su unipersonal “Lizy Tagliani: la revolución del humor”, que colmó 2 funciones el viernes pasado en el Teatro La Nonna, la monologuista pasa revista a su vida, desde su infancia como Edgardo Luis Rojas  en Adrogué, con una mamá ama de casa y mucama, y un papá carnicero; su adolescencia, la relación con los vecinos, la escuela, las primeras salidas, y esa identidad de niña que estaba empezando a aflorar, a quien Lizy  dejó manifestarse con absoluta naturalidad.
Es un espectáculo autorreferencial en el que Lizy jamás se victimiza. Muy por el contrario, con una actitud contrafóbica, hasta describe con humor (negro) la muerte súbita de su padre durante una sobremesa. No es fácil hacer esto sin que resulte chocante o de mal gusto. Y ella, a pura intuición, lo logra. Le pone humor a un episodio trágico, exorcizándolo tal vez en el proceso.
Hay momentos desopilantes: la recreación de la telenovela “Topazio”; la ida al cementerio con su madre (muy almodovariana); las mascotas enterradas en el fondo de su casa; sus bromas telefónicas; las lentes de contacto fabricadas con una botella de gaseosa o pedacitos de radiografía; la primera entrevista de trabajo en una agencia de modelos trucha; Roxana, su primera jefa en una peluquería de Recoleta; la descripción de sus clientas veteranas (“entre 70 y la muerte”), entre tantas otras.  
Su muletilla “¡Pará, cuchá!”, largada cada tanto con deliberado vozarrón, desataba carcajadas.
La bella cantante Marien Caballero interpretó con gracia un popurri de canciones, separadores musicales que la actriz aprovechó para realizar cambios de vestuario.

  Lizy Tagliani: una estilista con estilo propio.