“Amleth”, sobre la obra de Luis Cano. Elenco: Andrés Cepeda, Mauricio Rodríguez y Alejandro Santucci. Diseño de maquillaje: Ana Sargentoni. Realización de muñeca: Pablo Medina, Sergio Gómez. Diseño de vestuario: Analía Seghezza. Música: Alejandro Santucci. Diseño de luces, realización multimedia, DCV y asistencia técnica: MATE EP. Producción ejecutiva: La Maquinaria Teatro. Dirección: Omar Sánchez. Dynamo Teatro. 19 de octubre.

“Empiezo con insomnio. Opresión en el pecho, en la garganta. Veo un carro antiguo que vaga de ciudad en ciudad. En un viaje eterno, sin fin. Va cargado de actores. Errantes. Lleva una compañía de actores a cuestas. Acostumbrados a la intemperie. La falta de domicilio. Envueltos en abrigos. En mantas. En lonas. Plagados de bolsos. Estuches. Caja de sombreros.”

 Así habla el Narrador con el que Luis Cano abre su pieza “Amleth”, una suerte de desaforada metáfora del teatro dentro del teatro, un hecho estético fractal. “Yo hago teatro pero pienso en poesía”, señaló el autor en una entrevista, y la puesta de Omar Sánchez es poesía pura. Desgarradora, cruel, violenta, visceral, sangrienta, pero poesía al fin. Nada mejor que la sala de “Saverio”, “a medio camino entre una celda y una catacumba”, como propone Cano, para montar esta obra, que por momentos sobrecoge y abruma al espectador, por el clima amenazante que impera “da capo”.

En “Amleth” está Shakespeare, pero resignificado como una tragedia aggiornada, sin fin, tan vigente hoy como en la leyenda danesa que inspiró al Bardo de Avon. 

 La labor actoral del trío Cepeda-Rodríguez-Santucci es avasallante y arrolladora. Quita el aliento. Se desdoblan en múltiples personajes. Entran y salen de sus criaturas con notable versatilidad. El compromiso físico de los tres es tal, que por momentos los golpes y agresiones asustan al público por lo verosímiles y contundentes. La puesta de Omar Sánchez es de muy alto impacto, a prueba de indiferentes. Para ello el director cuenta con actores todo terreno, que se entregan sin retaceos, sin condicionamientos, a una lucha cuerpo a cuerpo, teñida de intrigas, traiciones, lujuria, misterios, incesto. Un combo explosivo y muy efectivo.

 Y es más. A pesar de esta densa oscuridad, también hay humor en “Amleth”, golpes de efecto inesperados, sorpresas, diálogos dislocados, disparatados, anacronismos, guiños cómplices, zarandeando así el ánimo del espectador, que pasa del horror y el espanto a la sonora carcajada en contados segundos.

El recurso de las proyecciones, de la cama elástica, del sonido de la copa como voz del fantasma, de la guitarra eléctrica como elemento extemporáneo, de las máscaras, de la marioneta gigante, todos ellos enriquecen una puesta original y heterodoxa, de una teatralidad extrema y pura. El maquillaje y el vestuario son un aporte muy valioso en la caracterización de estos personajes esperpénticos.

Al final, como un “loop”, pareciera que todo va a volver a empezar. Los actores de la legua, trashumantes, errantes, hambrientos, exhaustos, se preparan para una nueva representación, donde los lleven el desvencijado carromato y los polvorientos caminos.

 El “Amleth” de Omar Sánchez sin duda merece seguir en la huella.